"Aquí yace un gran amor". Se podía leer marcado en aquella lápida doble que adornaba sutilmente la colina de un cementerio de afueras de la ciudad.
De vez en vez se le veía venir a aquel viejo de semblante duro y mirada fija, llegaba a unos metros de la tumba se detenía y se quedaba así por largos minutos mientras parecía hablar con alguien, como si platicara con aquella lápida.
Llamó mi atención más que nada el que el viejo siempre llevaba una rosa blanca en la mano, la cual, contrario a lo que nos han hecho pensar las películas, nunca la dejaba como una ofrenda en aquella colina, siempre la tiraba justo antes de llegar al final del cementerio, así, sin más ni más, directa al suelo.
No parecía de esos que se llegasen a arrepentir de algo hecho en su vida o de los otros que se la pasan añorando un amor que pertenece a otro, al menos así me lo parecía a mis escasos 17 años, mientras le veía ir y venir desde la ventana de mi cuarto, como desde hace años estaba ya acostumbrado.
Esa tarde sería diferente, esa tarde me atrevería a preguntarle qué había sucedido, que había pasado, porque tanta devoción y porque la rosa blanca.
Le ví llegar en su carro como siempre, comprar la rosa a la entrada del cementerio como le era habitual. Había decidido no interrumpir su plática, no era mi intención ofenderle ni hacerle dejar su tradición.
El cansado sol de esa tarde de otoño hacía notar que esta vez incluso había tardado un poco más aquel extraño, aún así esperé paciente. Y el momento llegó.
Corrí hacia él como se corre a recibir a un tío o un abuelo cuando uno es pequeño, le ofrecí la mano para saludarlo y proseguí:
-Hola! Buenas tardes, mi nombre es Martín, ¿le puedo preguntar algo?
Sonriendo, quizás por la energía que había demostrado, asintió mientras decía:
-Buenas tardes Martín, está bien, ¿que se te ofrece?
-No se ofenda, pero llevo años viéndolo como viene a visitar la tumba de la colina, y me preguntaba cual era la historia detras de eso.
Frunciendo un poco el ceño y mirando hacía abajo se llevó la mano a la boca y toció para aclarar su garganta.
- La que ves ahí no es propiamente una tumba Martín, es más un altar, un lugar a donde se viene a venerar algo que conocimos.
-Pero... usted parece que platica con alguien cada que viene.
Sacó de su abrigo un paquete de cigarrillos y encendió uno.
-¿Fumas?
-No señor.
-Sigue así, es una buena idea no fumar. Los viejos como yo ya no tenemos buenas ideas, solo podemos esperar a que las cosas pasen. Acompañame a la entrada por favor.
Y le seguí, esperando que con cada paso se tomará más valor para poder contarme la historia detrás de aquella rutina. Paso a paso nos fuimos acercando a la entrada, le veía más cansado que otras veces, pero de algún modo, menos recio, como si hubiera perdido esa apariencia de tipo tosco y se hubiera cambiado por la de un viejo con mil y un historias que contar.
Cuando iba a tirar la rosa, me avalancé como si fuese a atraparla cuando la tirara, por lo cual caí al suelo.
-¿Quieres saber porque hago todo esto chico? ¿Lo de la rosa, platicar con la tumba de la colina y todo esto?
-¡Si señor, por supuesto!
-Esta vez no tiraré la rosa, esta vez me ayudarás a terminar algo que debí haber hecho hace años, pero que nunca tuve el valor. Llevale esta rosa a tu abuela y pregúntale a ella lo demás.
Enmudecido solo pude observar como aquel extraño subía a su auto después de despedirse de laseñora de las flores de afuera del cementerio.
Corrí hacia casa y al entrar le dí la flor a mi abuela. Sin más ella rompió en llanto de tal manera que tuvo que venir mi madre a consolarla.
-Era tu abuelo Martín.
Dijo la abuela sin poder calmar sus lágrimas aún.
-El siempre me traía rosas blancas después del trabajo cuando eramos jóvenes, antes de que se fuera para no volver.
De inmediato corrí hacía aquella colina, para ver la lápida, para comprobar que más decía. la limpié del las enredaderas que se le habían formado, pero no encontré ningún nombre.
- Tu abuelo colocó esa lápida cuando eramos jóvenes en la parte alta de esta colina, aún antes de que esto fuera un cementerio, decía que era nuestro homenaje a todas aquellas personas que pierden un amor sin poder despedirse.
-Entonces... ¿no está muerto?
-No precisamente, el está...